Nació en Buenos Aires el 5 de junio de 1950. Sus primeros pasos en arte fueron guiados por su abuelo el arquitecto Raúl Villalonga. Estudió en la Escuela Nacional de Bellas Artes Manuel Belgrano. En 1969 viajó a Mendoza a perfeccionar sus estudios con el maestro grabador Víctor Delhez. En 1974, fue seleccionado para el Premio de Ridder. En 1987 participó en la muestra de Dibujo Argentino en Nicaragua, Costa Rica y Cuba, auspiciada por la Embajada Argentina y el Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto de Argentina. Desde 1988 vive y trabaja en Mendoza. La obra de Villalonga, dibujos en negro sobre impecables fondos blancos refulgía, acompañada de un texto donde el artista explicita su propuesta de la abstracción como metáfora de un relato visual, de un juego imaginario y donde se abre al espectador para la creación interpretativa. Sin embargo es la comunicabilidad lo logrado, en una obra madura, plena, fiel a sus desbordes intuitivos (Graciela Distefano). En las obras de Martín se vive el acto placentero y libre de formar un tejido de líneas, pero no por ello obsesivo, porque ellas son las huellas de los pasos de una danza, ni tampoco superficial ya que repercute como una visión del fluir de la vida y del cambio incesante como forma de ser del mundo. La línea se dobla, se duplica y vibra en su doblez, se engrosa una, se curva otra, es una sola y son miles, se multiplica, se divide se amontonan sus partes, bailan algunas en el espacio y corren otras a refugiarse en un conglomerado abrigando todas sus partes dispersas, y el universo está allí. Villalonga no representa sino que presenta, o mejor dicho, se presenta ante el mundo en el acto de dibujar sintiendo a éste en su temporalidad pero convirtiéndolo, en un instante, en imagen atemporal. Por todo ello sus obras constituyen una excelente manera de ejemplificar el título de este proyecto que codirigimos Eduardo Stupía y yo: La línea piensa, Luis Felipe Noé.